La música, igual que una novela o un relato, se va desenredando ante aquel que se acerca a ella y la atiende. Se va descubriendo a sí misma paulatinamente, a veces con prisa, otras lentamente. Igual que una película, nos enseña el detalle antes que el conjunto. Asistimos expectantes al nacimiento de sus motivos, sus frases, sus harmonías, sus ritmos, sus giros y sus contrastes…pero no tenemos ni idea de su estructura, del conjunto que le da forma. Si fuese el primer contacto con una persona desconocida, sería tocarla sin mirarla, tantear la anchura de sus brazos, el porte de su estatura, la abundancia o escasez de cabello, la tersura o sequedad de su piel. Poco a poco nos haríamos una idea de la figura de esa persona.

Una vez que ha concluido esa música, ya la hemos recorrido toda. Para disfrutar su forma, apreciar su figura, tendremos que volverla a escuchar. Es entonces que sus pasajes nos resultan conocidos y empezamos a entender el por qué de su organización. O no lo entendemos pero lo apreciamos. El atractivo ya no es el descubrir los detalles sino la forma, y todos los elementos que ahora nos resultan familiares nos conquistan no por la sorpresa, sino por su belleza.

Soy músico y os animo a que disfrutéis la música en las segundas, terceras y cuartas audiciones, más que en la primera. Pero igualmente os lo recomendaría con un relato, una novela o una película. Los años en que más disfruté del cine fue cuando, en mi intimidad, tenía tiempo para volver a ver las películas una segunda y quizás una tercera vez en el espacio de una semana. Siempre en versión original y siempre escogidas sin saturación de música. Porque la bada sonora tiene su valor e interés en su contraste con el silencio, y porque del silencio, evidentemente, también surge música, la que sugieren las imágenes y la historia, que en cada espectador es y se percibe de manera distinta.